El Grupo de Investigación “Salud y Seguridad en la Montaña” se creó con el fin de investigar en la prevención de los
accidentes de montaña desde tres áreas íntimamente relacionadas en la persona en su interacción con el medio:
Seguridad en la Montaña, Medicina de Montaña y Aspectos Psicológicos relacionados con la Montaña.
Contacto: grupossm@gmail.com

sábado, 30 de mayo de 2009

Diario del Regreso a Katmandú III Del 19 al 22 de Mayo

Martes 19 / Viernes 22 de mayo de 2009 - DE ARUGHAT A KATHMANDU, VÍA POKHARA
Todo tiene su fin. Y como esta vez el Manaslu ha dicho que nones, la historia ha terminado sin que, a pesar de sus denodados y repetidos esfuerzos, nuestros aguerridos ochomilistas hayan podido pisar su cima. Y no será porque no lo hayan intentado. Pero siquiera sea por las similitudes que me gusta establecer entre las montañas y las mujeres, cuando una dice que no, es que no. Y contra más te empeñes tú en que sí, más se empeña ella en que no. Así que nada, a cada intento de los ochomileros, nieve y más nieve. Rayos, truenos, centellas, pedrisco, etc., etc. Al final, con un riesgo de aludes sin medida, dos muertos y varios tocados del ala por delante -que no veas la faena que nos dieron-, Javier Pérez con los pies congelados, y todos hartos de palear nieve para desenterrar las tiendas de campaña, decidimos que, aunque algunos lo consiguieran, éste no era nuestro año y tocaba plegar velas y largarse con la música a otra parte. Adiós Manaslu. Adiós Montaña del Alma. Otra vez será. La bajada es otra historia. Javier Pérez y Carlos Pauner, por aquello de las congelaciones en los pies, llamaron al helicóptero y se fueron tan campantes en el “cuco” hasta Kathmandú, sin enterarse de nada y de un tirón; pero a Mª Antonia y a mi nos quedaban cinco días de heroica pinrelada y machaque de rodillas y tabas. Aunque, al final, la única que se chupó enteritos los cinco días fue la sufrida Mª Antonia, porque a mi no sé qué cara me vio nuestro sirdar, Lakpa, que removió Roma con Santiago, alegando que yo era muy mayor y que, como teníamos una “lista de espera” de enfermos nada despreciable en Samagaon, no convenía nada que llegase allí cansado y había que bajarme en helicóptero -aprovechando que venía a buscar a Javier y a Carlos- para que llegase descansado y pudiese ejercer con garantías mis habilidades médico-quirúrgicas. Aunque yo creo que, con el nevadón que había caído, de lo que no se fiaba ni un pelo era de mis facultades físicas y mucho se temía que bajase rodando los 1.400 metros de desnivel en picado Campo Base-Samagaon. Así que, pese a mi resistencia por sentirme menospreciado en mis capacidades montañeras y herido en mi orgullo de caballero por dejar sola a Mª Antonia, entre todos me metieron en el helicóptero y, en un abrir y cerrar de ojos, me vi en Samagaon, donde me esperaba un comité de bienvenida encabezado por el Señor Alcalde y otras fuerzas vivas, además (claro) de los tropecientos enfermos de la lista de espera que acabaron con nuestras reservas de recursos sanitarios y me hicieron desear vivamente volver cuanto antes a Zaragoza, a mi querido Hospital Clínico, para descansar un poco de tanto ajetreo sanitario. Debo de reconocer que Lakpka se comportó como Dios manda y acompañó personalmente a Mª Antonia en la bajada. Que no se quejó casi nada porque es de Casa Presín de Chía (Bal de Benás, Alta Ribagorza, Aragón, España) y, allí, les enseñan desde pequeñitas a que no hay que quejarse hasta que uno no se ve con las tripas en la mano. Así que nada, tras dos días de currelo en Samagaon, emprendimos el camino de bajada (más bien de subidas y bajadas, que esto del Nepal es así) Budhi Gandaki abajo (el Viejo Río, recuerden) desandando a marchas forzadas en cuatro días (diez horas diarias de marcha de promedio), lo que de subida habíamos hecho en siete. Eso sí, cosiendo heridas por el camino y atendiendo enfermos, no se nos fuera a olvidar que somos médicos. Muy bonito, pero agotador. Y como para ir más rápidos, sólo llevábamos un porteador (el bueno de Kancha, que hacía de todo), no poníamos tiendas de campaña y dormíamos en los lodge, albergues u ”hoteles” autóctonos del camino, que para qué les voy a contar. Recuerdo que el tercer día dormimos en Tatopani, que significa “aguas calientes” -por sus fuentes termales-, donde nos dimos el primer baño largo y decente en muchos días; pero luego hubo que rebautizar el lugar como “Ratopani” porque, según Mª Antonia, no pegó ojo en toda la noche oyendo a las ratas hacer “footing” por los maderos que sujetaban el tejado. Aunque yo no oí nada y dormí como un bendito; desde luego, no paran de menospreciarlo a uno en sus facultades. Y Kancha tampoco pareció afectarse mucho.Bueno, al final llegamos a Arughat, que no sé qué me explicaron que significaba, pero a mi me parece que el topónimo se debe a algún barcelonin que pasó por aquí y que bautizó el pueblo como “arrugat”, porque está como arrugado en medio de las montañas. Y claro, de Arrugat a Arughat, no hay más que un pequeño paso, que no es nada para las proezas de la filología, Y, en Arughat, empezó lo bueno. Porque creíamos que allí terminaban las caminatas mastodónticas y descansaríamos, tras sentarnos en el bus del pueblo que nos llevaría a Phokara. Pero sí, sí. ¿Se imaginan lo que es recorrer 140 km en ocho horas en un autobús de línea atestado hasta los topes, por dentro y por fuera (hasta en el techo)? Curvas, recurvas y contracurvas, precipicios abismales a los dos lados, retrocesos escalofriantes al encontrarse con otros que venían de frente, primero por una pista de montaña (la de Chía-Plan es una autovía comparada con la de Arughat a la carretera principal) y luego por la nacional. Y el conductor, tan tranquilo, festejando con su novia, que iba sentada a su lado. En fin, de lo más emocionante y variopinto. Llegamos a Pokhara baldados; aunque merece la pena, porque es una ciudad encantadora. Para mi, la más agradable de Nepal. Con sus lagos, sus colinas, las stupas, su Museo Internacional de la Montaña, sus amabilísimas gentes y ese fondo impresionante del macizo de los Annapurnas, con el Machapuchare al frente, esa montaña sagrada impresionante a la que los horteras de los British han rebautizado -por su aspecto- como “Fishtail” (cola de pez). ¡Será posible! De Pokhara a Kathmandú es otra historia de terror automovilístico que ni les cuento. Esta vez en microbús, también a reventar de gente. Todo el viaje por la nacional -que no implica que sea una gran carretera-, con un tráfico infernal y concurrida por conductores kamikaze adelantando en curva y con cambio de rasante. Los cláxones polifónicos sin dejar de sonar (menos mal que soy sordo) y ocho horas para recorrer 200 km. No les cuento nada de Kathmandú. Ya lo hará Mª Antonia, si puede. Me parece que vamos a disfrutar poco, con la faena que nos han preparado los del Súper-Curso Internacional de Medicina de Urgencia en Montaña y Rescate, en el que estamos invitados a participar como profesores.
JOSÉ RAMÓN MORANDEIRA Y Mª ANTONIA NERÍN

No hay comentarios:

Publicar un comentario